La primera referencia a la cultura material de
este territorio, se encuentra en los
cronistas españoles del siglo XVI y tiene que ver con las columnas
monolíticas de la zona de Monquirá en Saquencipá, mal llamado “El Infiernito".
Fray Pedro
Simón relata que, antes de la llegada de los españoles a los Andes orientales, el cacique
de Tunja o Hunza tenía el propósito de construir un templo al sol
y para ello se estaban llevando columnas
de diversas zonas, entre ellas Monquirá (escribe Moniquirá). Al respecto
anota:“mandó que le trajesen de diversas
partes gruesos y valientes mármoles. Llegaron al sitio con tres de ellos, como hoy se ven, aunque
dicen nunca vieron la cara a los que los traían, por llegar con ellos de
noche…otros dos se ven en el camino de Ramiriquí y otros dos
en Moniquirá, que no llegaron
al sitio como ni la fábrica a
ponerse en ejecución, porque cuando ya
estaba de eso,
era en tiempo
en que los españoles ya
estaban poblados en Santa
Marta”.[1]
Posteriormente, no se vuelve a hacer mención
exacta sobre los restos culturales de
este sitio; la primera descripción detallada de las ruinas
líticas de Saquencipá, corresponde a Manuel Vélez, en el año de 1847, quien se
refiere a ellas como restos de una “antigua ciudad”y menciona un círculo
formado por trece piedras, con un diámetro de trece metros y un campo rectangular, con
orientación este-oeste, integrado por veintinueve monolitos verticales, con
una dimensión de
treinta y seis metros de largo
por diecisiete metros con sesenta centímetros de ancho.
Después, Fortunato Pereira y el geógrafo
Joaquín Acosta, describen a Saquencipá;
Pereira alude al hecho de
que el
sitio ha sido saqueado ( ver más adelante, Intervenciones y guaquería) y plantea también la tesis de que, quizás, las
piedras eran llevadas para ser talladas; pero, a su vez, describe una
doble fila de monolitos
en piedra orientados en dirección oeste-este. Vicente Restrepo
interpreta el sitio y las ruinas líticas
como una construcción o templo solar; años más tarde, Liborio Zerda, escribe
acerca del mismo lugar; está de acuerdo con la
descripción y tesis de
Vélez, pero, agrega que corresponde a un pueblo anterior a los
muiscas de la época de la llegada de los españoles; en 1921, Peregrino Sáenz
menciona algunos hallazgos de petroglifos en la zona de Santa Sofía.
Miguel
Triana, en su obra “Civilización Chibcha”
(1922), hace referencia a la hipótesis planteada por varios autores, según la
cual, estas piedras fueron transportadas al valle de Leyva para construir un templo al sol, que había quedado trunco por
la invasión española, y que esto se evidencia en el hecho de “que
aquellas piedras tienen una muesca labrada a cincel, como para arrastrarlas
al lugar que ocupan…las llamadas
vigas son nativas y que su forma
original indujo a los emigrantes procedentes de lejana costa que los encontraron
a su paso hacia el Valle de Iraca,
a complementar su
figura para rendirle allí culto al
dios phalo.” También menciona varios “jeroglíficos,” que interpreta
como de origen caribe, y que los mismos desvirtúan la hipótesis del templo al sol que se construía cuando la
llegada de los españoles; afirma que estos “sirven para señalar la traza del pueblo emigrante
que ocupó el valle de Sogamoso, acaso con anterioridad a la colonización procedente
del Orinoco. Entre
los dijes de oro
que se encuentran en la región, vuelve a aparecer, la figurilla fálica
desconocida en el resto del país;” y concluye que el culto al sol no
era propio de la cultura muisca:
“el evangelio del Sol,
predicado por las
migraciones llaneras, fue
para los hijos
del Agua una
deslumbradora revelación”.
En los
años sesenta, el arqueólogo Eliécer Silva Celis, inicia trabajos en
el territorio y se concentra
principalmente en la zona de Saquencipá, El Infiernito; la Universidad
Pedagógica y Tecnológica de Colombia adquiere estos terrenos. Silva no está de
acuerdo con la teoría de que los monolitos hubiesen sido tallados para ser
transportados a Hunza, para la construcción
del templo del sol, sino que interpreta el sitio como “campos sagrados de observación astronómica y meteorológica,”
argumentando que las hileras de
monolitos están en dirección este-oeste y que los espacios entre las columnas
son perfectamente regulares con el objeto de medir el movimiento del sol y que, además, existía un monolito central,
vertical, de cinco metros, (descrito por
Joaquín Acosta) que servía para
señalar la altura del sol en el firmamento; y cronológicamente presenta tres
fechas de C-14, análisis de
radiocarbono 14, que van del 2880 al 2180 a.p.
Silva
Celis, también, realiza algunos
trabajos de prospección arqueológica en
la zona de Sáchica; a partir de una información proporcionada por la familia
Zubieta, efectúa un trabajo en la orilla sur-este del río Sáchica, a siete kilómetros de Villa de
Leyva y a tres de Sáchica, donde se
habían encontrado un conjunto de pinturas rupestres, las llamadas pictografías de
Sáchica. Estas están trabajadas sobre
rocas correspondientes al cretáceo inferior, en estratos horizontales de roca
arenisca muy dura, distribuidas a diversas alturas; aparecen representaciones
de figuras geométricas, fitomorfas, antropomorfas y
zoomorfas, en colores rojo, negro y
blanco. Silva, caracteriza el área como ceremonial al decir que:“corresponden a simbolismos que sugieren
o permiten evocar
objetos o ideas abstractas, en
conexión con la magia y con la
religión.” Predominan las figuras en rojo, seguidas por las blancas
y negras; ubica las pinturas rojas y
blancas como pertenecientes a dos épocas distintas y dice
que con estas pinturas se constata el hecho, por él planteado, de que “con la pintura negra, un elemento cultural
muy antiguo, que creemos es posible referir a un pueblo anterior al chibcha (...)
son rasgos culturales que
nosotros nos inclinamos a atribuir a un pueblo pre-chibcha,
posiblemente de tipo arawak… pensamos
que hubo en Sáchica tres ocupaciones, una, la más antigua, por gentes de
posible estirpe arawak, a la cual siguieron dos por los chibchas (...) La Sierra Nevada
de Santa Marta comparte con
Sáchica muchos de los simbolismos aquí señalados.” En 1962, hace una
descripción de una estratigrafía con un manto arqueológico de 1.80 m. de
espesor total, que comprende tres estratos: un inferior, de 0.70 m, con
despojos de cocina (cenizas, carbones vegetales, fragmentos quemados de huesos
de pequeños mamíferos y fragmentos
de cerámica lisa y unos pocos
en rojo); un segundo, de 0.80 m,
totalmente estéril, con algunos residuos de carboncillo sobre una arcilla roja; y una
tercera capa superior, de 0.30 m,
con fragmentos de cerámica lisa pintada en rojo y residuos de carbones vegetales,
fragmentos de hueso de venado y piedras trabajadas. Plantea que la capa
arqueológica que allí se formó, fue prácticamente destruida por una crecida del
río Sáchica que, en ese punto, alcanzó una altura de cerca de cinco metros por encima del nivel que
tenía en ese entonces. Cuando inicia los trabajos en El Infiernito, realiza un
reconocimiento de las zonas aledañas y describe un buen número de columnas
talladas, pictografías y petroglifos. (Ver más adelante Saquencipá o El
Infiernito)
Ana
María Falchetti publica, en 1975, Arqueología
de Sutamarchán, Boyacá, resultado de
sus investigaciones sobre arqueología y
cerámica actual en Ráquira y
Sutamarchán; este trabajo con un amplio análisis del contexto histórico y
asentamientos, es uno de los más importantes efectuados hasta el momento; los
sitios estudiados corresponden a basureros
asociados con la producción de cerámica. En su investigación arqueológica de
Sutamarchán, plantea que la cerámica hallada pertenece a diferentes tipos
muiscas y describe dos clases de cerámica: Suta arenoso y Suta naranja pulido,
y reporta una fecha C-14 de 1050 d.c., asociada al tipo Suta naranja pulido. En
excavaciones realizadas en Leyva y Samacá, (Boada, Mora y Therrien 1988) dicen
que la introducción del tipo arenoso
antecede a los desarrollos muiscas tardíos y describen grandes poblados de diez hectáreas, aproximadamente,
con cerámica tipo arenoso; en Saquencipá, El Infiernito, se encontraron
fragmentos de cerámica tipo arenoso y de cerámica pertenecientes a diversos
períodos asociados con las construcciones de columnas monolíticas (Cardale,
1987) lo cual sugiere importantes y numerosas actividades ceremoniales.
Diez
años después, Boada y Therrien inician trabajos en el territorio y plantean un
poblamiento de “oleadas colonizadoras,”
una primera ocupación Herrera; y luego
una ocupación humana, que elaboró
la cerámica del llamado estilo arenoso,
que operó un cambio abrupto durante el siglo VII
d.n.e.(Período Muisca Temprano) en “un área
de ocupación bastante extensa
cuyos pobladores parecen venir
del norte siguiendo la ruta
del cañon del Río Suárez.”
(Boada, Mora y Therrien 1988)
Identifican una serie de sitios, -entre ellos El Muelle, en
Sutamarchán, y El Infiernito, en Leyva- y postulan la existencia de grandes
aldeas separadas, con gran densidad poblacional, estructuradas a través de un poder central. A esta ocupación,
a la que pertenece el estilo arenoso, le
sucedió otra caracterizada por el estilo cerámico naranja, que establece
asentamientos cercanos unos de los otros, más numerosos, “pero más pequeños que durante el período
anterior” (Boada, Mora y Therrien 1988).
En 1995, Langebaek comienza trabajos en la
zona; realiza un reconocimiento regional
sistemático y lleva a cabo una
recolección de evidencias
culturales con el fin de identificar áreas de ocupación y establecer cambios en la distribución espacial a través del tiempo
y, además, poder evaluar problemas de deterioro ambiental. Su objetivo general
es hacer una “reconstrucción de los
procesos sociales en el Valle de
Leyva, desde sus orígenes hasta la actualidad” y reconstruir los cambios
demográficos, manejo del medio ambiente y acceso a recursos; también se plantea
el objetivo de contextualizar El Infiernito y hacer un mapeo de las estructuras líticas de
la región.
Con relación a las poblaciones alfareras,
varios investigadores han establecido tres
períodos: Herrera, Muisca Temprano y Muisca Tardío.
1.- El llamado Período Herrera, va
del 800 a.n.e. hasta el 800 a.n.e; se conforman
las primeras aldeas, se cultiva la
tierra y se trabaja la cerámica. Existe, también, la
tesis de que la población no ocupó aldeas nucleadas y habitó lugares dispersos y pequeños. Los
asentamientos se dan en las
tierras más fértiles, especialmente, a lo largo de los ríos Cane, Suta y Sáchica,
quizás, debido a consideraciones
ambientales. (¿precipitación?) (Langebaek 1998).
2.- Período Muisca Temprano, entre el 800 d.n.e y el
1000 d.n.e; aparece la cerámica
pintada con diseños bastante creativos y gran valor simbólico, además, se
introducen nuevas formas, como jarras y
cuencos; se inicia la metalurgia con el trabajo de la orfebrería de
carácter eminentemente ritual
y se práctica la momificación. Se da un alto incremento poblacional, como
consecuencia de ello quizás varían los patrones de asentamiento, y se producen importantes
cambios sociales; por ejemplo, las
relaciones de intercambio y desplazamiento de los asentamientos hacia
zonas menos fértiles,
tal vez, por razones estratégicas
de defensa; aunque se siguen ocupando
tierras fértiles. No obstante, las dos aldeas más importantes hacen sus
asentamientos en tierras aluviales
fértiles, las más fértiles permanecen sin ocupar (por ejemplo, las
ubicadas en las
tierras aluviales del río Cane
y otras microcuencas
importantes.) Los asentamientos son más
pequeños (Langebaek,1998), se incrementan la población y la producción
agrícola, pero por debajo de la capacidad
de carga; a este período corresponden
las ruinas líticas
de Saquencipá (El Infiernito)
(Cardale 1987, Langebaek, 1998)
3.- Período Muisca Tardío, a partir
del 1000 d.n.e. hasta la llegada de los españoles. Aumenta el tamaño de los
asentamientos, al igual que la densidad poblacional; surgen grandes aldeas nucleadas y viviendas
dispersas; “parece que cada unidad
doméstica tenía residencias diversas,
algunas en aldeas, otras dispersas por el campo.”(Langebaek 1987) Según
parece, las familias nucleares tenían la posibilidad de acceso a
diferentes ecosistemas y pisos térmicos por
medio de desplazamientos, de
acuerdo con las épocas de siembra y
recolección, lo cual les permitió una mayor autonomía y un manejo más armónico
con la diversidad ambiental; se establecen los asentamientos en tierras más
fértiles y, quizás, una mayor competencia por los recursos, pero por debajo de
la capacidad de carga de los ecosistemas. Algunos investigadores, como Castillo
(1984), caracterizan la cerámica Muisca Temprano como experimental,
transicional y de mezcla cultural por la llegada de nuevas poblaciones; de
igual manera, Falchetti, Boada, Mora y Therrien al afirmar que se dan diversas corrientes migratorias
en la región.
Saquencipá o el “Infiernito”.
Conjunto de monumentos líticos ubicado en la actual vereda de Monquirá,
Villa de Leyva; Silva Celis inicia, en
1974, trabajos de investigación y prospección arqueológica; y, en 1980, la UPTC
establece el Parque Arqueológico, mal llamado El Infiernito. Silva Celis
caracteriza este conjunto lítico como “astronómico-metereológico, perteneciente a la cultura muisca, quienes
sacralizaron este lugar con el fin de
rendir culto a la fertilidad y fecundidad; y, según algunos análisis de carbono
14, se precisa una antigüedad de I y II milenios a.C.”(informe UPTC 999) Se
registran los siguientes hallazgos:
Conjunto de columnas líticas talladas.
·
Ruinas de una tumba dolménica con
esqueletos humanos.
·
Monumentos “fálicos” dispersos por toda el área.
·
Fragmentos cerámicos, líticos y
fósiles. (informe UPTC)
Los monolitos de Saquencipá se han
situado como correspondientes al Período
Muisca Temprano (Cardale, 1987; Boada et al 1988, Therrien 1988,
Langebaek,1998). En el sitio aparece
cerámica perteneciente tanto al
Período Muisca Temprano, (Cerámica Arenosa) (Cardale,1987) como Muisca
Tardío (Boada et al).
Silva plantea que,
en este lugar se iba erigir un templo al sol y que los monolitos son de
carácter fálico para propiciar mágicamente “la acción bienhechora de las
fuerzas y fenómenos naturales sobre la fecundidad de la tierra…la erección con
fines astronómico- religioso, de las dos
singulares construcciones rectangulares en piedra tallada convirtió los sitios en
lugares sagrados…” Se apoya
en los siguientes hechos y
testimonios:
“la orientación exacta este a oeste de estas estructuras no la
hubieran podido lograr los chibchas sin
el previo conocimiento de los movimientos del sol y de la luna;
cuando vemos las dos construcciones
rectangulares fueron concebidos y
realizadas, abiertas al espacio celeste, para la observación de
los astros y,
principalmente, el sol;
constituyen, además, sendas vías
de recepción sagrada al Astro-Rey en su movimiento
aparente este a oeste (…) La
separación intercolumnar de los
pilares del campo sagrado del norte, facilita, ciertamente, el control
del movimiento del
astro del día y,
por consiguiente, la
posición celeste del mismo, con
ayuda de la sombra formada en cada una de ellas según la época del año(…)El
número de columnas, calculada, 55 o 56, de cada una de las alineaciones del campo sagrado del norte,
pudo haber tenido, según muchas probabilidades, un valor calendárico
relacionado con el
cielo, de algunos
eventos y fenómenos
astronómicos…” [2]
En un artículo de 1981, escribe que hasta el siglo pasado existía una
columna cilíndrica de cinco metros de
longitud, en posición vertical, que
cumplía la función, entre otras, de señalar el momento
cuando la altura del sol sobre el horizonte alcanzaba los 90 grados, dos veces
anualmente; y que por medio de estas columnas alineadas y de puntos fijos, como la laguna de Iguaque y
de marcas en el horizonte, por ejemplo
las Pléyades, los sacerdotes chibchas
calcularon los solsticios y los
equinoccios. También anota que la presencia de huellas de numerosas fogatas,
ofrendas y sacrificios, demuestra que
las actividades ceremoniales y
rituales fueron muy
intensas en estos
campos sagrados, pues su objeto era “mantener al sol funcionando y en
permanente actividad ya que éste
y la madre tierra
son los responsables
de la fecundidad de
los campos”. [3]
En
cuanto a la cronología, señala que con las muestras de carbón
recogidas en las excavaciones arqueológicas en los
diversos niveles estratigráficos, analizadas
por el Instituto de Asuntos Nucleares, y con las que fueron
proporcionadas por el Museo del Oro del Banco de
La República, se pudieron
establecer las siguientes fechas:
IAN - 119
|
“El Infiernito”, Nº
2
|
2.490 -+ 195 B.P.
|
IAN -
128
|
“El Infiernito”,
Nº 1
|
2.180 -+ 140 B.P.
|
IAN -
148
| <><>
>
“El Infiernito”,
Nº. 2
|
2.280 -+ 95
B.P.
|
Fuente:
Silva Celis 1983.
Para llegar a la conclusión, con la primera cifra, que “los sacrificios
y demás actos rituales culturales
anotados, fueron realizados…en el curso de los siglos VI y/o VII antes de
Cristo” y que esta fue la época de“gran esplendor de la civilización chibcha.”
En cuanto al segundo análisis, con la cifra de 2.180 +- 140 B.P, señala que en
los siglos III y/o IV a.C, los “chibchas realizaban sacrificios de productos
vegetales, como el maíz, por medio del
fuego.”Y para el tercer resultado, que arrojó la fecha de 2.880 +- 95
B.P (muestra de carbón vegetal ) que da la cifra de 930 +-
95 años a.C, “proyecta muy
lejos en el pasado el origen y el desarrollo de la civilización chibcha.
Al señalar y fechar
el cumplimiento de un acto ritual
tan importante y
complejo como el del
sacrificio hecho por
medio del fuego”.[4]
La cronología planteada por Silva
Celis, ha sido puesta en tela de juicio
por algunos investigadores; Langebaek (1998) afirma que las tres fechas de C-14 (entre el 2880 y el 2.180 a.p) tienen problemas: “el primero es que los contextos de asociación no
son claros, excepto referencias sobre que pueden estar asociadas a huesos
de animal y restos de maíz (Silva
1980:13); otro problema, es que fueron procesadas por el Instituto de Asuntos Nucleares, famoso pero no precisamente
por su exactitud”. [5]
Acerca del
carácter y significado del sitio se han dado varias hipótesis, diferentes a
las de Silva Celis. Langebaek (1998) plantea, que si bien es cierto las
columnas de El Infiernito son comparables a las de Tunja, la situación que se
vivía en ambas zonas era bien diferente. En Saquencipá, el poder
político no se había consolidado
en un cacique “que dominara la región” y
no se daba un poder político centralizado…aunque en el sitio se desarrolla una gran aldea.
Intervenciones y Guaquería.
La guaquería ha sido muy intensa y continua en el territorio desde
siglos pasados; Vicente Restrepo refiriéndose a
Saquencipá, El Infiernito,
menciona que el propietario de la tierra, donde están las ruinas, vendía las
columnas para construcciones. “…los
indios tenían bastante material preparado,
pues del Infiernito (antiguo Saquencipá) se han llevado en
diversas épocas piedras labradas para emplearlas en la construcción de
edificios públicos y privados; en el claustro del Convento del
Ecce-homo…se cuentan 32 de estos
zócalos, 12 en la Casa de Capellanías de Leiva, 2 en Sutamarchán, etc…fuera de
las piedras que sirven de puentes y zanjas y barrizales;” lo mismo afirman
Joaquín Acosta y Manuel Vélez B, en un informe del Boletín de la Sociedad
Geográfica de París. En varios documentos se menciona que, las columnas que
conforman las arcadas de la casa de Juan de Castellanos, en la Villa, fueron
extraídas de Saquencipá. Silva Celis escribe que “ en el curso de las últimas
guaquerías practicadas hace unos 45 años en el sitio (Sanquencipá) fue extraída de allí una hermosa estatua
de piedra como del tamaño de un hombre.” Dicha estatua fue trasladada y
erigida frente a la iglesia colonial de Monquirá…después de permanecer allí un
tiempo, un religioso la llevó a un convento de Villa de
Leyva y, añaden los informantes, nunca
más supieron de dicha figura; parece que la pieza fue hecha pedazos con un
martillo “para acabar con las
perturbaciones demoníacas,” afirmación que explica el porqué de el nombre
El Infiernito, que se le dio a Saquencipá.
Silva Celis, anota que “los españoles toparon con
varios monolitos tallados, tendidos en los campos de Monquirá y El Infiernito;” al mismo tiempo, con
dos series de puntas mutiladas a flor de
tierra y que llamaron“zócalos.” Gran cantidad de estos materiales fueron
trasladados y utilizados en construcciones civiles y conventuales de la
región.“La guaquería se fomentó desde
los tiempos coloniales. De la acción destructiva moderna, iniciada con la
primera fundación de Villa de Leyva en 1572, dan cuenta los exploradores y
visitadores del sitio del “Infiernito” como Manuel Vélez,
Barrientos, Joaquín Acosta y
Fortunato Pereira(…) Testimonio objetivo de está depredación son varias casonas de Villa de
Leyva, el claustro conventual del Ecce Homo. Con el saqueo de los monumentos de
piedra, que ya eran ruinas, repetimos, se cumplió un
segundo proceso de destrucción y, por
consiguiente, de trastorno de
las viejas estructuras que
habían sido erigidas en tiempos
remotos… A tiempo que eran
arrancados y trasladados de aquí
para allá monolitos
labrados para ser empleados en
edificaciones de toda clase, y
afanosamente la acción
iconoclasta colonial buscaba y perseguía las estatuas para hacerlas trizas por
“demoníacas” en presencia de los indios,
apareció la guaquería
en el mencionado lugar,
estimulada por algunos hallazgos
de piezas arqueológicas de valor económico como esmeraldas y objetos de oro. La guaquería, que
violó y
saqueó tumbas y movió, desenterró y destrozó columnas de piedra, fue
otro medio de destrucción que causó tremendos males durante doscientos cuarenta
y siete años de vida colonial. La independencia política de España y la venida
de la República no contuvieron el saqueo del “Infiernito.” Sobre este
particular son claros
los testimonios históricos”.
[6]
Efectivamente, muchas de las columnas
talladas de Saquencipá fueron empleadas
en la construcción de
la Villa; tal es el caso, de
las columnas de las arcadas de
la casa de
Juan de Castellanos, con el
propósito de representar los
doce apóstoles.
[1] Fray Pedro Simón/1625/ 1981,
“…tallados por orden del cacique
Goranchochá para sublimar los
templos erigidos en honor
al sol, su padre.” Según el mito,
Goranchacha nace de una doncella de
Guachetá, en el cerro de la luna, que fue preñada por el sol y da a
luz una esmeralda, que luego se convierte en Goranchacha. Este, después,
mata al Zaque de Hunza, que era cacique también de Ramiriquí, y se convierte en
gobernante de toda la
provincia de Tunja. Este relato
junto con el de el cacique de Sogamoso, que manda a su
sobrino a que suba al cielo, se convierta en sol e ilumine el
mundo que estaba oscuro, son los únicos que hacen mención al sol como creador.
[2] Silva, obra cit.
[4] Silva 1981
[6] Silva, 1983