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              Parque arqueológico de Saquencipá. Vereda Monquira, Villa de Leyva

Valle de Saquencipá




Saquencipá significa: Fuerza de la noche, nuestro padre o Fuerza del creador de la tierra,



Saquencipá es el territorio sagrado que fue para el pueblo Muisca el campo de la  observación  astronómica y  meteorológica. Centro ceremonial de culto a la luna y el sol, lugar para “promover la acción de los espíritus, fuerzas y fenómenos dispensadores de la fecundidad de la tierra. Lugar donde se marcaba el origen de los tiempos y de la vida”. En el sitio sagrado – hoy parque arqueológico de Saquencipá  mal llamado “el infiernito”-  las 56 columnas estaban relacionadas con la cifra 18.61 (stonehenge) correspondiente al ciclo de los eclipses Su orientación este-oeste marca los equinoccios (las estaciones de lluvia) y el solsticio de vernano del 24 de junio, inicio del calendario.

 En Saquencipá se organizaba el ciclo de producción agrícola y las ceremonias propiciatorias y esta asociado con Iguaque, la “montaña vigorosa”, lugar de origen de Bachue o Huitaca representativa de la serpiente  sagrada cósmica, del río celeste o la via láctea y de las aguas terrestres. Bachue, símbolo de la cultura del agua, la madre de los pueblos prominentes,  que hace 12.000 años fueron glaciales y dieron origen a las lagunas en el Macizo de Iguaque y a la fecundidad de la tierra y de la vida


(Para una mayor información ver  "Arqueología", publicada el 1 de dic. 2011 en este blog)

    FOTOGRAFÍAS: DIEGO ARANGO RUIZ
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Roca con pictografías muiscas. Vereda Salto y Lavandera, Villa de Leyva
Parque arqueológico Saquencipá, vereda Monquirá, Villa de Leyva
                                  Falo. Parque arqueológico Saquencipá
    Pictografías muiscas. Vereda Salto y Lavandera, valle de saquencipá, Villa de Leyva
    Pictografías muiscas. Sáchica.
    Pictografías muiscas. Sáchica

Arqueología



  La primera referencia a la cultura material de este territorio, se encuentra en los  cronistas españoles del siglo XVI y tiene que ver con las columnas monolíticas de la zona de Monquirá en  Saquencipá, mal llamado “El Infiernito".

Fray Pedro Simón relata que, antes  de la  llegada de los  españoles a los Andes orientales, el cacique de Tunja o Hunza  tenía el  propósito de construir un templo al sol y  para ello se estaban llevando columnas de diversas zonas, entre ellas Monquirá (escribe Moniquirá). Al respecto anota:“mandó que le trajesen de diversas partes gruesos y valientes mármoles. Llegaron al sitio con  tres de ellos, como hoy se  ven, aunque  dicen nunca vieron la cara a los que los traían, por llegar con ellos de noche…otros dos se ven en el camino de Ramiriquí  y otros dos  en Moniquirá, que no llegaron  al  sitio como ni la fábrica a ponerse en ejecución, porque cuando ya  estaba  de  eso,  era  en  tiempo  en  que los españoles  ya  estaban  poblados en  Santa  Marta”.[1]


  Posteriormente, no se vuelve a hacer mención exacta sobre los restos culturales de  este  sitio; la  primera descripción detallada de las ruinas líticas de Saquencipá, corresponde a Manuel Vélez, en el año de 1847, quien se refiere a ellas como restos de una “antigua ciudad”y menciona un círculo formado por trece piedras, con un diámetro de trece  metros y un campo rectangular, con orientación este-oeste, integrado por veintinueve monolitos verticales, con una  dimensión  de  treinta y seis metros de largo  por diecisiete metros con sesenta centímetros de ancho.

  Después, Fortunato Pereira y el geógrafo Joaquín Acosta, describen a Saquencipá;  Pereira alude al  hecho de que  el  sitio ha sido saqueado ( ver más adelante, Intervenciones y guaquería) y plantea también la tesis de que, quizás, las piedras eran llevadas para ser talladas; pero, a su vez, describe una doble  fila  de monolitos  en piedra orientados en dirección oeste-este. Vicente Restrepo interpreta el sitio y las  ruinas líticas como una construcción o templo solar; años más tarde, Liborio Zerda, escribe acerca del mismo lugar; está de acuerdo con la  descripción y  tesis de Vélez,  pero, agrega  que corresponde a un pueblo anterior a los muiscas de la época de la llegada de los españoles; en 1921, Peregrino Sáenz menciona algunos hallazgos de petroglifos en la zona de Santa  Sofía.



  Miguel Triana, en su obra “Civilización Chibcha” (1922), hace referencia a la hipótesis planteada por varios autores, según la cual, estas  piedras  fueron transportadas al valle  de Leyva para construir un  templo al sol, que había quedado trunco por la invasión española, y que esto se evidencia en el hecho de “que  aquellas piedras tienen una muesca labrada  a cincel, como para  arrastrarlas  al  lugar que ocupan…las  llamadas  vigas  son nativas y que su forma original indujo a los emigrantes procedentes de lejana costa que los  encontraron  a su  paso hacia el Valle de  Iraca,  a  complementar  su  figura para  rendirle  allí culto al  dios phalo.” También menciona varios “jeroglíficos,” que interpreta como de origen caribe, y que los mismos desvirtúan la hipótesis del  templo al sol que se construía cuando la llegada de los españoles; afirma que estos “sirven  para señalar la traza del pueblo emigrante que ocupó el valle de Sogamoso, acaso con anterioridad a la colonización  procedente  del  Orinoco.  Entre  los  dijes  de  oro que se encuentran en la región, vuelve a aparecer, la figurilla fálica desconocida en el resto del país;” y concluye que el culto al sol  no  era  propio de la cultura  muisca: “el  evangelio del  Sol,  predicado  por  las  migraciones  llaneras,  fue  para  los  hijos  del  Agua  una  deslumbradora  revelación”.



  En los años sesenta, el arqueólogo Eliécer Silva Celis, inicia trabajos  en  el  territorio y se concentra principalmente en la zona de Saquencipá, El Infiernito; la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia adquiere estos terrenos. Silva no está de acuerdo con la teoría de que los monolitos hubiesen sido tallados para ser transportados a Hunza,  para la construcción del templo del sol, sino que interpreta el sitio como “campos sagrados de observación astronómica y meteorológica,” argumentando que las hileras  de monolitos están en dirección este-oeste y que los espacios entre las columnas son perfectamente regulares con el objeto de medir el movimiento del sol  y que, además, existía un monolito central, vertical, de cinco metros, (descrito por  Joaquín Acosta) que  servía para señalar la altura del sol en el firmamento; y cronológicamente presenta  tres  fechas de C-14, análisis de  radiocarbono 14, que van del 2880 al 2180 a.p.


  Silva  Celis, también,  realiza algunos trabajos de prospección  arqueológica en la  zona de Sáchica; a partir de una  información proporcionada por la familia Zubieta, efectúa un trabajo en la orilla sur-este del  río Sáchica, a siete kilómetros de Villa de Leyva  y a tres de Sáchica, donde se habían  encontrado un  conjunto de pinturas  rupestres, las llamadas pictografías de Sáchica. Estas están  trabajadas sobre rocas correspondientes al cretáceo inferior, en estratos horizontales de roca arenisca muy dura, distribuidas a diversas alturas; aparecen representaciones de figuras geométricas, fitomorfas, antropomorfas  y  zoomorfas, en colores rojo, negro y  blanco. Silva, caracteriza el área como ceremonial al decir que:“corresponden a simbolismos  que sugieren  o  permiten  evocar  objetos  o ideas abstractas, en conexión con la magia  y  con  la religión.  Predominan las  figuras en rojo, seguidas por las blancas y  negras; ubica las pinturas  rojas y  blancas  como  pertenecientes a dos épocas distintas y dice que con estas pinturas se constata el hecho, por él planteado, de que “con la pintura negra, un elemento cultural muy antiguo, que  creemos  es posible referir a un  pueblo anterior al  chibcha (...)  son rasgos  culturales que nosotros  nos inclinamos  a atribuir a un pueblo pre-chibcha, posiblemente  de tipo arawak… pensamos que hubo en Sáchica tres ocupaciones, una, la más antigua, por gentes  de  posible  estirpe arawak, a la cual siguieron  dos por los chibchas (...) La  Sierra Nevada  de  Santa Marta comparte con Sáchica muchos de los simbolismos aquí señalados.” En 1962, hace una descripción de una estratigrafía con un manto arqueológico de 1.80 m. de espesor total, que comprende tres estratos: un inferior, de 0.70 m, con despojos de cocina (cenizas, carbones vegetales, fragmentos quemados de huesos de pequeños  mamíferos y  fragmentos  de cerámica lisa y  unos  pocos  en rojo);  un segundo, de 0.80 m, totalmente estéril, con algunos residuos de carboncillo sobre una arcilla  roja; y una  tercera  capa superior, de 0.30 m, con fragmentos de cerámica lisa pintada en rojo y residuos de carbones vegetales, fragmentos de hueso de venado y piedras trabajadas. Plantea que la capa arqueológica que allí se formó, fue prácticamente destruida por una crecida del río Sáchica que, en ese punto, alcanzó una altura de cerca  de cinco metros por encima del nivel que tenía en ese entonces. Cuando inicia los trabajos en El Infiernito, realiza un reconocimiento de las zonas  aledañas  y describe un buen número de columnas talladas,  pictografías y petroglifos. (Ver más adelante Saquencipá  o  El Infiernito)

  Ana María Falchetti publica, en 1975, Arqueología de Sutamarchán, Boyacá,  resultado de sus investigaciones  sobre arqueología y cerámica actual en Ráquira  y Sutamarchán; este trabajo con un amplio análisis del contexto histórico y asentamientos, es uno de los más importantes efectuados hasta el momento; los sitios estudiados corresponden  a  basureros  asociados  con  la  producción de cerámica.  En su investigación arqueológica de Sutamarchán, plantea que la cerámica hallada pertenece a diferentes tipos muiscas y describe dos clases de cerámica: Suta arenoso y Suta naranja pulido, y reporta una fecha C-14 de 1050 d.c., asociada al tipo Suta naranja pulido. En excavaciones realizadas en Leyva y Samacá, (Boada, Mora y Therrien 1988) dicen que la introducción del  tipo arenoso antecede a los desarrollos muiscas tardíos y describen  grandes poblados de diez hectáreas, aproximadamente, con cerámica tipo arenoso; en Saquencipá, El Infiernito, se encontraron fragmentos de cerámica tipo arenoso y de cerámica pertenecientes a diversos períodos asociados con las construcciones de columnas monolíticas (Cardale, 1987) lo cual sugiere importantes y numerosas actividades ceremoniales.

  Diez años después, Boada y Therrien inician trabajos en el territorio y plantean un poblamiento de “oleadas colonizadoras,” una primera  ocupación Herrera; y luego una  ocupación humana, que elaboró la  cerámica del llamado estilo arenoso, que operó  un  cambio abrupto durante el siglo VII d.n.e.(Período  Muisca Temprano) en “un área  de  ocupación bastante  extensa  cuyos  pobladores  parecen venir  del  norte siguiendo la  ruta  del cañon  del Río Suárez.” (Boada, Mora y  Therrien 1988) Identifican  una serie de  sitios, -entre ellos El Muelle, en Sutamarchán, y El Infiernito, en Leyva- y postulan la existencia de grandes aldeas separadas, con gran densidad poblacional, estructuradas a  través de un poder central. A esta ocupación, a la que pertenece el estilo arenoso, le  sucedió otra caracterizada por el estilo cerámico naranja, que establece asentamientos cercanos unos de los otros, más numerosos, “pero más  pequeños que durante el  período  anterior” (Boada,  Mora y  Therrien 1988).



  En 1995, Langebaek comienza trabajos en la zona; realiza un reconocimiento regional  sistemático y lleva a cabo una  recolección de evidencias  culturales con el fin de identificar áreas de ocupación y  establecer cambios en  la distribución espacial a través del tiempo y, además, poder evaluar problemas de deterioro ambiental. Su objetivo general es hacer una “reconstrucción de los procesos sociales en  el Valle de Leyva,  desde sus orígenes hasta la  actualidad” y reconstruir los cambios demográficos, manejo del medio ambiente y acceso a recursos; también se plantea el objetivo de contextualizar El Infiernito y hacer un mapeo  de las estructuras líticas  de  la  región.

  Con relación a las poblaciones alfareras, varios investigadores han establecido tres  períodos: Herrera, Muisca Temprano y Muisca Tardío.



  1.- El llamado Período Herrera, va  del 800 a.n.e.  hasta  el 800 a.n.e; se  conforman  las primeras aldeas, se cultiva la  tierra y  se  trabaja la cerámica. Existe, también, la tesis de que la población no ocupó aldeas nucleadas y  habitó lugares dispersos y pequeños. Los asentamientos se  dan  en  las tierras  más  fértiles, especialmente,  a lo largo de los ríos Cane, Suta y Sáchica, quizás, debido a  consideraciones ambientales. (¿precipitación?) (Langebaek 1998).



  2.- Período Muisca Temprano,  entre el 800 d.n.e y  el  1000 d.n.e; aparece la  cerámica pintada con diseños bastante creativos y gran valor simbólico, además, se introducen  nuevas formas, como jarras y cuencos; se inicia la metalurgia con el trabajo de la  orfebrería de  carácter eminentemente ritual  y  se práctica  la momificación.  Se da un alto incremento poblacional, como consecuencia de ello quizás varían los patrones de  asentamiento, y se producen importantes cambios sociales; por  ejemplo, las relaciones  de intercambio y desplazamiento  de los asentamientos  hacia  zonas  menos  fértiles,  tal vez, por razones  estratégicas de defensa;  aunque se siguen ocupando tierras fértiles. No obstante, las dos aldeas más importantes hacen sus asentamientos en tierras aluviales  fértiles, las más fértiles permanecen sin ocupar (por ejemplo, las ubicadas  en  las  tierras  aluviales  del río Cane  y  otras  microcuencas  importantes.) Los asentamientos son más  pequeños (Langebaek,1998), se incrementan la población y la producción agrícola,  pero por debajo de la  capacidad  de carga; a este período corresponden  las  ruinas  líticas  de Saquencipá (El  Infiernito) (Cardale 1987, Langebaek, 1998)



  3.- Período Muisca Tardío,  a partir  del 1000 d.n.e. hasta  la  llegada de los  españoles. Aumenta el tamaño de los asentamientos, al igual que la densidad poblacional; surgen  grandes aldeas nucleadas y viviendas dispersas; “parece que cada unidad doméstica  tenía residencias diversas, algunas en aldeas, otras dispersas por el campo.”(Langebaek 1987) Según parece, las familias nucleares tenían la posibilidad de acceso a diferentes  ecosistemas y pisos  térmicos por  medio de  desplazamientos, de acuerdo con las épocas  de siembra y recolección, lo cual les permitió una mayor autonomía y un manejo más armónico con la diversidad ambiental; se establecen los asentamientos en tierras más fértiles y, quizás, una mayor competencia por los recursos, pero por debajo de la capacidad de carga de los ecosistemas. Algunos investigadores, como Castillo (1984), caracterizan la cerámica Muisca Temprano como experimental, transicional y de mezcla cultural por la llegada de nuevas poblaciones; de igual manera, Falchetti, Boada, Mora y Therrien al afirmar  que se dan diversas corrientes  migratorias  en  la  región.



Saquencipá o el  “Infiernito”.



  Conjunto de monumentos líticos ubicado en la actual vereda de Monquirá, Villa de  Leyva; Silva Celis inicia, en 1974, trabajos de investigación y prospección arqueológica; y, en 1980, la UPTC establece el Parque Arqueológico, mal llamado El Infiernito. Silva Celis caracteriza este conjunto lítico como “astronómico-metereológico,  perteneciente a la cultura muisca, quienes sacralizaron este lugar con el  fin de rendir culto a la fertilidad y fecundidad; y, según algunos análisis de carbono 14, se precisa una antigüedad de I y II milenios a.C.”(informe UPTC 999) Se registran los siguientes hallazgos:



Conjunto de columnas líticas talladas.

·         Ruinas de una tumba dolménica con  esqueletos humanos.

·         Monumentos “fálicos” dispersos por toda el área.

·         Fragmentos cerámicos,  líticos y fósiles. (informe UPTC)


  Los monolitos de Saquencipá se han situado  como correspondientes al Período Muisca Temprano (Cardale, 1987; Boada et al 1988, Therrien 1988, Langebaek,1998).  En el sitio aparece cerámica  perteneciente  tanto al  Período Muisca Temprano, (Cerámica Arenosa) (Cardale,1987) como Muisca Tardío (Boada et al).

  Silva plantea que, en este lugar se iba erigir un templo al sol y que los monolitos son de carácter fálico para propiciar mágicamente “la acción bienhechora de las fuerzas y fenómenos naturales sobre la fecundidad de la tierra…la erección con fines astronómico-  religioso, de las dos singulares construcciones rectangulares en piedra tallada convirtió  los sitios en  lugares  sagrados…”  Se apoya  en los siguientes  hechos  y  testimonios:



  la  orientación exacta  este a oeste de estas estructuras no la hubieran podido  lograr los chibchas sin el previo conocimiento de los movimientos del sol  y de la luna;  cuando  vemos las  dos  construcciones  rectangulares  fueron  concebidos y  realizadas, abiertas al espacio celeste, para la observación  de  los  astros  y,  principalmente, el sol;  constituyen, además, sendas vías  de  recepción  sagrada al Astro-Rey en su  movimiento  aparente este  a oeste (…)  La  separación  intercolumnar  de los  pilares  del campo sagrado  del norte, facilita, ciertamente, el control del  movimiento  del  astro  del  día y,  por  consiguiente,  la  posición celeste  del mismo, con ayuda de la sombra formada en cada una de ellas según la época del año(…)El número de columnas, calculada, 55 o 56, de cada una de las  alineaciones del campo sagrado del norte, pudo  haber  tenido, según muchas  probabilidades, un valor  calendárico  relacionado  con  el  cielo,  de  algunos  eventos  y  fenómenos  astronómicos…” [2]



  En un artículo de 1981, escribe que hasta el siglo pasado existía una columna cilíndrica de cinco  metros de longitud, en posición  vertical, que cumplía  la  función, entre otras, de señalar el momento cuando la altura del sol sobre el horizonte alcanzaba los 90 grados, dos veces anualmente; y que por medio de estas columnas alineadas y  de puntos fijos, como la laguna de Iguaque y de marcas en el  horizonte, por ejemplo las Pléyades,  los sacerdotes chibchas calcularon los solsticios y  los equinoccios. También anota que la presencia de huellas de numerosas fogatas, ofrendas y sacrificios, demuestra que  las  actividades ceremoniales  y  rituales  fueron  muy  intensas  en  estos  campos  sagrados, pues su  objeto era “mantener  al sol funcionando  y en  permanente actividad  ya que  éste  y  la madre  tierra  son  los  responsables  de la  fecundidad  de  los  campos”. [3]



  En  cuanto a la  cronología,  señala que con las muestras de  carbón  recogidas  en  las excavaciones arqueológicas en los diversos niveles estratigráficos, analizadas  por  el Instituto  de Asuntos Nucleares, y con las  que fueron  proporcionadas por el Museo del Oro del Banco  de  La  República,  se pudieron  establecer  las siguientes  fechas:
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IAN  -   119

 “El Infiernito”,     2

2.490 -+  195  B.P.

IAN  -   128

 “El Infiernito”,    1

2.180 -+  140  B.P.

IAN  -   148

 “El Infiernito”,   Nº. 2

2.280 -+    95  B.P.

Fuente: Silva Celis 1983.



  Para llegar a la conclusión, con la primera cifra, que “los sacrificios y  demás actos rituales culturales anotados, fueron realizados…en el curso de los siglos VI y/o VII antes de Cristo” y que esta fue la época de“gran esplendor de la civilización chibcha.” En cuanto al segundo análisis, con la cifra de 2.180 +- 140 B.P, señala que en los siglos III y/o IV a.C, los “chibchas realizaban sacrificios de productos vegetales, como el maíz, por medio del  fuego.”Y para el tercer resultado, que arrojó la fecha de 2.880 +- 95 B.P (muestra de carbón vegetal ) que da la cifra de  930 +-  95 años  a.C, “proyecta  muy  lejos en el pasado el origen y el desarrollo de la civilización chibcha. Al señalar  y  fechar  el cumplimiento  de un  acto ritual  tan  importante  y  complejo  como  el  del sacrificio  hecho  por  medio  del fuego”.[4]



  La cronología planteada por  Silva Celis,  ha sido puesta en tela de juicio por algunos investigadores; Langebaek (1998) afirma que las  tres fechas de C-14 (entre el  2880 y el 2.180 a.p) tienen  problemas: “el  primero es que los contextos de asociación no son claros, excepto  referencias  sobre que pueden  estar asociadas  a huesos  de animal  y restos de maíz (Silva 1980:13); otro problema, es que fueron procesadas por el Instituto de Asuntos Nucleares,  famoso pero no  precisamente  por  su exactitud”. [5]



  Acerca del carácter y  significado del sitio se  han dado varias hipótesis,  diferentes a  las de Silva Celis. Langebaek (1998) plantea, que si bien es cierto las columnas de El Infiernito son comparables a las de Tunja, la situación que se vivía en ambas zonas era bien diferente. En Saquencipá, el  poder  político no se  había consolidado en un  cacique “que dominara la región” y no se daba un poder político centralizado…aunque en el sitio se desarrolla una  gran aldea.

  

  Intervenciones y  Guaquería.



  La guaquería ha sido muy intensa y continua en el territorio desde siglos pasados; Vicente Restrepo refiriéndose a  Saquencipá, El  Infiernito, menciona que el propietario de la tierra, donde están las ruinas, vendía las columnas para construcciones. “…los indios tenían bastante material preparado,  pues del Infiernito (antiguo Saquencipá) se han  llevado en  diversas épocas piedras labradas para emplearlas en la construcción de edificios públicos y privados; en el claustro del Convento del Ecce-homo…se  cuentan 32 de estos zócalos, 12 en la Casa de Capellanías de Leiva, 2 en Sutamarchán, etc…fuera de las piedras que sirven de puentes y zanjas y barrizales;” lo mismo afirman Joaquín Acosta y Manuel Vélez B, en un informe del Boletín de la Sociedad Geográfica de París. En varios documentos se menciona que, las columnas que conforman las arcadas de la casa de Juan de Castellanos, en la Villa, fueron extraídas de Saquencipá. Silva Celis escribe que “ en el  curso de las últimas guaquerías practicadas hace unos 45 años en el sitio (Sanquencipá) fue extraída de allí una hermosa estatua de piedra como del tamaño de un hombre.” Dicha estatua fue trasladada y erigida frente a la iglesia colonial de Monquirá…después de permanecer allí un tiempo,  un  religioso la llevó a un convento de Villa de Leyva y, añaden los informantes, nunca más supieron de dicha figura; parece que la pieza fue hecha pedazos con un martillo “para acabar con las perturbaciones demoníacas,” afirmación que explica el porqué de el nombre El Infiernito, que se le dio a Saquencipá.



  Silva Celis, anota que “los españoles toparon  con varios  monolitos  tallados, tendidos  en los campos de Monquirá  y El Infiernito;” al mismo tiempo, con dos series  de puntas mutiladas a flor de tierra y que llamaron“zócalos.” Gran cantidad de estos materiales fueron trasladados y utilizados en construcciones civiles y conventuales de la región.“La guaquería  se fomentó desde los tiempos coloniales. De la acción destructiva moderna, iniciada con la primera fundación de Villa de Leyva en 1572, dan cuenta los exploradores y visitadores  del sitio del  “Infiernito” como  Manuel Vélez,  Barrientos, Joaquín Acosta  y Fortunato Pereira(…) Testimonio objetivo de está  depredación son varias casonas de Villa de Leyva,  el claustro  conventual del Ecce Homo. Con el saqueo  de los monumentos  de  piedra,  que  ya eran ruinas, repetimos, se cumplió un segundo proceso de destrucción y, por  consiguiente, de  trastorno  de   las  viejas estructuras  que  habían sido erigidas en tiempos  remotos…  A tiempo que eran arrancados  y trasladados  de aquí  para  allá  monolitos  labrados  para ser empleados  en  edificaciones  de toda   clase, y  afanosamente  la acción iconoclasta colonial buscaba y perseguía las estatuas para hacerlas trizas por “demoníacas” en presencia  de los indios, apareció  la  guaquería  en  el mencionado lugar, estimulada  por algunos  hallazgos  de  piezas arqueológicas de  valor económico como esmeraldas  y objetos de oro. La guaquería, que violó  y  saqueó tumbas y movió, desenterró y destrozó columnas de piedra, fue otro medio de destrucción que causó tremendos males durante doscientos cuarenta y siete años de vida colonial. La independencia política de España y la venida de la República no contuvieron el saqueo del “Infiernito.” Sobre este particular  son  claros  los  testimonios  históricos”.  [6]



  Efectivamente, muchas  de  las columnas  talladas de Saquencipá fueron empleadas  en  la construcción  de  la  Villa; tal es  el caso, de  las  columnas  de  las  arcadas de  la  casa  de  Juan de  Castellanos, con  el  propósito  de representar  los  doce  apóstoles.







[1] Fray Pedro Simón/1625/ 1981, “…tallados por  orden del cacique Goranchochá para  sublimar  los  templos  erigidos en  honor  al sol, su  padre.” Según el mito, Goranchacha  nace de una doncella de Guachetá, en el cerro de la luna, que fue preñada por el sol y  da a  luz una esmeralda, que luego se convierte en Goranchacha. Este, después, mata al Zaque de Hunza, que era cacique también de  Ramiriquí, y se  convierte en  gobernante de  toda  la  provincia  de Tunja. Este relato junto con el de el cacique de Sogamoso, que manda  a  su sobrino  a que suba  al cielo, se convierta en sol e ilumine el mundo que estaba oscuro, son los únicos que hacen  mención al sol como creador.
[2] Silva, obra  cit.
[3] Silva C., Boletín Museo del Oro,  año  4,  1981
[4] Silva 1981
[5] Langebaek, 1998

[6] Silva, 1983